0.1
La teoría.
—Imagina
el tiempo no como una línea recta con principio y final, Enzo—dijo Guiseppe
aceleradamente y algo emocionado—. Ni siquiera es un óvalo o una hipérbole. El
tiempo es un nudo infinito. No hay inicio, no hay final y es gigantesco. El
tiempo recorre una línea que se atraviesa en sí misma como un nudo entre nudos,
como un garabato—tomó la pluma y dibujó un garabato de miles de formas
encimándose la tinta incesantemente hasta que el papel se tornó negro, una
mancha—, tocándose a todo momento. Pasando por todo, rodeando todo. Justo en
este momento puede estar pasando un dinosaurio encima de nosotros. O si tomo
esta pluma—dijo y me la mostró—al mismo tiempo puedo estar levantando una taza
de café, en el mismo tiempo, en el mismo lugar pero en otro momento del flujo
temporal.
»El
tiempo no nos pertenece, nunca le hemos pertenecido.
»En
cambio somos parte de un nudo temporal que vive entre nosotros como parte de
ello sin poder escapar y tornándonos suyo.
»Nacemos,
vivimos y morimos siempre en un mismo espacio-tiempo con punto débiles en el
flujo que nos permiten tomar resoluciones para subsistir.
»Cuando
pensamos y hacemos algo no es porque así lo decidamos, es porque hay puntos de
fuga temporales que nos permiten encaminarnos a otro lado y así crear un nuevo
ciclo temporal nudal. ¿Entiendes?
No
sabía si decirle que sí, o no. No sabía si dejarlo hablar, interrumpirlo, o
continuar la plática y aportar algo a la conversación. Lo que me extrañaba no
era lo que decía, sino la manera en que se movía. Lo asustado de sus ojos, lo
blanco de su piel, lo arrugado de su cara o lo envejecido que se mostraba su
mirada.
—Sí,
te entiendo—dije sin siquiera pensar en la respuesta.
—Puedo
demostrarlo—afirmó y comenzó a hablar aceleradamente—. No se necesita una
máquina para viajar en el tiempo. Esa son historias estúpidas de ciencia
ficción. Tener una máquina es como si pudiéramos controlar el tiempo. Pero el
tiempo nos controla a nosotros como unas marionetas. No hay nada que podamos
hacer. El tiempo tiene vida eterna. No nació ni morirá, pero vive y nos rodea
infinitamente creciendo y aumentando hasta devorar todo. Pero ese nudo temporal
se toca constantemente creando espacios débiles, aberturas de tiempo con puntos
de escape. Pequeños errores por donde se escapa el flujo y se puede salir de un
lado a otro, de un tiempo a otro, sólo pasando un agujero sin ninguna
complicación. Tan sencillo como cruzar una puerta.
»Si
en este momento nosotros mismos podemos estar bebiendo café y conversando,
también podemos estar viendo la tele, durmiendo o trabajando en el minuto en
que un cavernícola está cazando un animal justo en este punto. O un nativo
corre a través de mí para llegar a su casa. O un auto se estaciona enfrente de
ti dentro de 20 años. Para ir con ese cavernícola, ese nativo o tomar ese auto
sólo tenemos que levantarnos y caminar para atravesar la abertura de escape
flujo tiempo-nudal como si nada—se levantó y caminó hacia mí. Pero no pasó
nada, no viajó en el tiempo y cuando llegó a mí, sonrió y se regresó a su
asiento.
—Pero
no viajaste, aún estás aquí—dije.
—Sí,
porque no tenía intención de viajar. Además no hay esa abertura. Por ahora es
imposible de viajar, a menos que haya una hendidura temporal. Si fuera así de
sencillo todo mundo estaría viajando en el tiempo y causarían una ruptura
temporal que podrían destruir todo el universo.
—¿Entonces?
—Para
viajar hay que hallar esas aberturas, o de hecho debilitarlas. Las aberturas
están ahí, pero son como puertas cerradas. Sólo hay que abrirlas. Si el tiempo
constantemente se está tocando entre sí y perseverantemente los siglos, las
horas y los segundos pasan siempre por el idéntico lugar siendo ahora mismo las
12 pm de 1893 como las 4:34 de la mañana de 1345, o las 19:12 del 1899, al
tocarse la línea temporal todo el tiempo, esos puntos de fuga constantemente se
están debilitando y las puertas están perdiendo grosor. Para viajar sólo hay
que debilitarlas aún más, abrirlas y dar ese salto.
—¿Pero
cómo se debilitan, según tú?—pregunté llamado por la plática que sin dudar me
intrigaba y llenaba de curiosidad.
—Con
anacronismos—inquirió y sonrió una mueca que sólo le veía cuando sus ojos
brillaban y realmente estaba emocionado en algo, como si tuviera un secreto que
sólo él sabía y podía ganar cualquier cosa a todo mundo a su alrededor.
A
Guiseppe lo había conocido en el colegio cuando estudiábamos en la primaria.
Desde el principio nos agradamos y siempre teníamos conversaciones en común que
nos apasionaban. Y nuestra conversación favorita siempre tenía que ver con
viajes en el tiempo.
Para
mí era como un sueño poder viajar de un lado a otro como quien va de paseo. Me
imaginaba dejar mi amada Roma y deambular el Londres victoriano o andar a
caballo con los hunos o ver el descubrimiento de América. No deseaba viajar por
el poder ni el deseo de enriquecerme, era por el placer de vivir todos los
tiempos posibles.
De
hecho teníamos un juego: mientras otros jugaban en una casa del árbol, nosotros
teníamos nuestra cápsula del tiempo. En el patio de su casa habíamos creado un
espacio—construido con pedazos de chatarra, lámina y madera—al qué nombramos
"la cápsula del tiempo". Era especie de máquina en la que podíamos
viajar a cualquier momento de la historia y donde imaginábamos que recorríamos
el tiempo desde la creación del universo.
Fue
la época más divertida de mi vida y la recuerdo con mucho cariño, empero en el
fondo sabía que era un sueño, una fantasía simple que se disipaba con los años
y eventualmente se perdió.
En
cambio para él nunca fue así. Especialmente después de la muerte de su padre 7
años después en la via Gabriele D'Annunzio, en la plaza del
Popolo. A partir de ahí se decidió a efectivamente viajar en el tiempo y
cambiar la historia y esta idea lo obsesionó.
Tenía
el sueño de poder ir atrás en el tiempo y evitar el accidente de auto que lo
mató. Por lo mismo sólo hablaba de eso, pero a pesar de tener siempre la misma
conversación el salto en el tiempo invariablemente se me hizo muy interesante,
era una aventura, continuamente me fascinaba y era mi sueño personal:
sólo un día, aunque fuera sólo un momento, deseaba viajar en el tiempo y
observar el pasado como un espectador ve una película pero degustando el clima,
oliendo el momento y disfrutando la esencia del siglo.
Pero
para él era diferente. Para él no era una fantasía, era una realidad. Estudió
física cuántica, conoció el universo matemático y se planteó la idea de que
sólo conociendo de manera científica el universo uno podía entenderlo y quizá
dominarlo.
Terminamos
nuestra educación básica y nos separamos en la universidad, yo me quedé en Roma
a estudiar medicina y él se marchó al extranjero a estudiar ciencias exactas y
aunque regresaba en las vacaciones a visitar a su madre Alfonsina y de vez en
cuando nos saludábamos, en sí no nos volvimos a tratar hasta hará un par de
años.
—Estoy
cerca—aseguraba—, estoy cerca de entender el tiempo. Quizá en unos años, o sólo
unos días. Estoy cerca—dijo y se angustiaba. Luego de eso nuestra plática
cambiaba y se iba a cosas más terrenales, hablábamos de nuestros compañeros,
del trabajo y se podía sentir un diálogo más adulto. Incluso pasaba mucho
tiempo antes de que mencionáramos el viaje temporal. Y con los años se me
olvidó. En cambio a él no.
Él
siguió estudiando el tiempo siempre desde el punto de vista científico,
adentrándose en teorías de la física cuántica, leyendo a autores reconocidos de
la materia y aportando ideas propias. Incluso se entrevistó con estos
científicos en conferencias, escribió artículos del tema y al poco rato se hizo
un colaborador importante para las ciencias exactas en relación al
espacio-tiempo. Creó un blog concerniente y comenzó a tener varios seguidores que
lo incitaba en su búsqueda y al rato su blog se convirtió en uno de los más
leídos a nivel mundial sobre los viajes en el tiempo y el dominio del flujo
temporal. Yo mismo leí algunos posteos sobre ello y me asombraba lo verídico
que sonaba, lo real y tangible que podía sentirse un viaje en el tiempo y
confieso que me sentí emocionado de que se pudiera lograr dicho salto nudal.
Y aunque me conmocionaba, en el fondo estaba un poco preocupado, pero
cuando leía las respuestas y posteos de otros científicos a nivel internacional
que lo incitaban a seguir, que le aportaban ideas e inclusive escribían libros
con él como co-autores y afirmaban en las noticias que los viajes temporales
estaban cada día más cercanos, la preocupación se me iba y volvía el placer de
poder visitar la Roma antigua y yo mismo lo estimulaba con algún leve posteo en
su blog pidiéndole que continuara hasta cumplir nuestros sueños de viajar.
Y
todo sonaba perfecto.., sin embargo.
Quince
días más tarde del último posteo se presentó en mi casa muy excitado. No sabía
si era emoción o miedo, pero nunca lo había visto así. Hablaba aceleradamente,
sus movimientos corporales eran extremos, no podía estar sentado y la verborrea
era tal que difícilmente podía concretar una frase que me sonara lógica.
—Viajaré
en el tiempo, te lo aseguro, Enzo—insistía y me preocupé. Llegué a ofrecerle la
visita de Santino, un psiquiatra amigo mío, pero no me escuchó. Sólo aseguró
que lo haría y se fue.
A
partir de ahí cada semana me marcaba al celular asegurándome que estaba cerca y
que en breve lo dominaría. Las llamadas se hacían cada vez más continuas e
insistentes hasta que un día me marcó a las 6 de la mañana y me pidió de favor
que fuera a su casa. Estaba aterrado y no pedía de favor, más bien lo gritaba a
todos los vientos y prácticamente me ordenó que lo hiciera.
—¿Qué
pasa? ¿Qué tienes?—le cuestioné intrigado y muy preocupado.
—Ven—fue
lo único que dijo pávidamente y me colgó. Enseguida me metí a su blog para ver
si ahí había posteado algo que me indicara qué sucedía con él, quizá ya estaba
cerca o había algo desastroso. Sin embargo no había posteado nada en los
últimos quince días y eso me preocupó aún más. Si ya se sentía cerca, si ya
había encontrado algo realmente importante ¿no debería ser su blog el primer
lugar para comunicarlo? Empero no fue así, de hecho parecía como si ya no lo
tomara en cuenta y se hubiera olvidado de él por completo. Incluso en su página
de comunidad en las redes sociales había varios comentarios de sus seguidores
donde le preguntaban qué había pasado, por qué ya no posteaba, qué tan cerca
estaba y cuándo se anunciaría, estaban ansiosos y me extrañó ya que siempre se
había dignado a responderles a cada uno de ellos todos sus comentarios afirmando
que los mantendría informados de cualquier dato nuevo que saliera a la luz.
Pensé
por un momento qué podía sucederle, pero no se me ocurrió nada así que decidí
telefonearle a Santino.
—Necesito
que me acompañes—le dije—. Lo sentí muy extraño. Está obsesionado. Me temo lo
peor.
—Tengo
un problema en el manicomio, no puedo ir. Acaba de ocurrir algo…
—Tienes
que ir, por favor. Te lo pido—le supliqué y después de pensarlo aceptó ir
conmigo. Arregló unas cosas en el hospital y dejó órdenes estrictas de que se
le localizara a todo momento si algo emergente ocurría. Pasé por él al hospital
y nos fuimos. En poco tiempo llegamos a la casa de Guiseppe. Toqué a la puerta
esperando que la abriera inmerso en un acelerado verborrea profesando frases
ilógicas inentendibles, pero cuando abrió la puerta y noté su mirada descubrí
que todo había desaparecido.
—Hola—nos
saludó como si nada hubiera pasado y en poco tiempo de conversar con él nos
dimos cuenta que no tenía idea de lo que estábamos haciendo ahí. No recordaba
haber telefoneado. Como si esa plática nunca hubiera cruzado por nuestra
amistad.
Observé
a Santino con preocupación en el rostro y Guiseppe nos invitó a pasar. Tomamos
un poco de café y accedió a que Santino lo revisara médicamente. Se metieron en
un cuarto y ahí le hizo un examen minucioso. Por mi parte yo esperé en la sala
a que regresaran muy preocupado y extasiado sobre el diagnóstico.
—Todo
está bien—me aseguró Santino y fruncí el ceño.
—Tuve
una pesadilla—comentó Guiseppe—. Quizá te hablé entre sueños. No lo sé, pero en
verdad no recuerdo haberte telefoneado. Lo siento si te asusté.
—¿Sobre
qué fue el sueño?
—Tampoco
lo recuerdo—se disculpó y la conversación comenzó a tranquilizarme. Estuvimos
un par de horas platicando y después nos marchamos dejándolo calmado como la
persona más cuerda que jamás haya visto.
—En
verdad no me lo explico—le dije intrigado a Santino—. Me despertó muy asustado.
Y el que haya olvidado esa llamada no me tranquilizan del todo, más bien me
estremece. ¿Qué diablos le pasó?
—Se
le llama "pánico nocturno"—afirmó—. Se caracterizan por un despertar
abrupto con una tremenda sensación de miedo, palpitaciones, respiración
entrecortada, dolores al pecho, sensación de irrealidad y bochornos.
»Es
más común de lo que parece.
»Se
da por estrés, problemas laborales, tensiones fuertes o preocupaciones diurnas.
Sabía
que tenía algo que ver con sus estudios científicos y asentí en ese momento.
—Te
puedo asegurar que todo está bien en él—afirmó Santino—. No le encontré ningún
problema, por lo menos físico.
—Me
gustaría que le dieras unas vueltas de vez en cuando, es su estado mental el
que me preocupa.
—Muy
bien, lo haré—accedió. Lo dejé en el psiquiátrico para que atendiera su asunto,
le ofrecí disculpas por haberlo sacado de sus proyectos laborales y me fui a mi
casa. Pensé en Guiseppe durante un par de horas y con el tiempo me quedé
dormido.
Al
despertarme mi primer impulso fue entrar a su blog y leer algún comentario pero
me encontré con la página cerrada. Ninguna justificación, sólo la ausencia
total de su blog, de su página de comunidad y de todo vestigio de algún
artículo o escrito relacionado al tiempo como si jamás hubiera existido. Y el
miedo me carcomió.
Esa
misma noche hubo un toquido a la puerta.
Me
levanté de la cama enseguida, apenas si me puse una bata, salí a abrir y me
hallé a Guiseppe con una expresión inidentificable frente a mi puerta. Tenía
una mirada que jamás le había visto y no podía reconocer la emoción que le
recorría el cuerpo.
—Anacronismos—dijo
y sonrió esa mueca que no le veía desde que estudiábamos en la preparatoria.
Fue el primer momento en que pude identificar sus pensamientos.
—¿Anacronismos?—pregunté
intrigado pensando en qué momento hablarle a Santino para que nos acompañara,
pero la indicación de Guiseppe de no llamarle había sido muy tajante y me
preocupaba su reacción si lo hacía.
—Si
juntas objetos, o situaciones que rompen con la cronología temporal real se
puede debilitar el agujero y se abre la puerta por lo que se puede cruzar el
tiempo tan sencillamente como acostarse en una cama.
»El
asunto es combinar los objetos exactos para viajar a un tiempo en específico.
Deben ser por lo menos tres: uno primario, el objeto A, que decida el tiempo al
que se va a viajar. Este objeto debe ser el más fuerte energéticamente porque
tendrá su propia fuerza gravitatoria temporal que jalará a los demás,
incluyendo a uno mismo, a ese tiempo decidido para viajar. Y los otros dos
tendrán la misma fuerza energética pero de menor tamaño. Inversamente
proporcional el uno del otro, como una especie de freno para no seguir
avanzando. Si falla un objeto es como si la puerta que se abriera en ese
agujero no sólo no se cerrara, sino que seguiría abriendo puertas infinitas y
se caminaría por todos los espacio-tiempo que cruzan ese lugar en específico.
Por eso un objeto es el freno: es el objeto B que detendrá la energía y hará
posible que se cierre la puerta. El tercer objeto, el objeto C, permitirá el
regreso al tiempo inicial si se desea volver. Es una especie de ancla que se mantendrá
ligado al tiempo de inicio y permitirá el regreso a casa.
»Lo
justo es hallar los objetos energéticamente temporales necesarios para viajar
en el tiempo.
Lo
miré sin saber qué decir. Lo decía tan convencido que por un momento hasta le
creí, pero dentro de mí lo sabía: estaba asustado por él, decididamente se
había vuelto loco.
—Ya
los encontré—escupió.
—¿De
qué hablas?—pregunté extrañado.
—Me
costó mucho trabajo hallarlos ya que el accidente fue en una calle común y en
la familia no conservamos ningún recuerdo físico de ello. Ni siquiera estuvimos
ahí. Pero finalmente los encontré.
—¿De
qué diablos estás hablando?—repetí sobresaltado.
—De
la muerte de mi padre. Ya encontré los objetos energéticos temporales del
momento antes de su fallecimiento. Voy a viajar al pasado, justo antes del
accidente y evitaré su muerte. Sólo vine a decírtelo en caso de que todo salga
mal.
—Espera,
¿qué puede salir mal?—dije intrigado—. Si no funciona simplemente no viajas,
¿no es cierto? No pasa nada.
Y
me miró, justo en ese momento Guiseppe me miró y expresó un terror sorprendente
que jamás había visto en nadie, ni siquiera en esos pacientes del manicomio de
Santino que temen a todo en este mundo.
—No
lo sé—dijo y se quedó callado. Quizá tenía que ver con su pesadilla anterior,
tal vez no. Le pregunté más e intenté que me explicara qué sucedía pero se negó
a contestar. Sólo me dio indicaciones de su trabajo, sus pertenencias y una
especie de herencia por si no lo volvería a ver.
—No
tengo familia, lo sabes—agregó—. Así que si no sabes más de mí, te dejo todo en
mi caja fuerte que está en mi recámara—sacó las llaves de su casa y me las puso
en la mano—. Sabes la combinación, es la contraseña que usábamos cuando niños
en nuestra cápsula del tiempo. Ahora debo irme.
Se
levantó y se encaminó a la puerta.
Me
paré enseguida y lo alcancé exigiéndole una explicación, me preocupó y traté
inútilmente de incitarlo a abandonar su viaje o sea lo que sea que estaba punto
de hacer.
—Debo
hacerlo—comentó Guiseppe y se marchó sin voltear atrás. No pude evitar que se
fuera ya que sin hacerme caso se subió a su auto y se alejó a gran velocidad.
—Recuerda:
es la contraseña de nuestra cápsula del tiempo—agregó al último y se perdió en
la oscuridad. Yo sólo observé las llaves de su casa y me asusté.
Me
vestí rápidamente y le telefoneé a Santino contándole todo. Aún estaba en el
hospital. Todavía no se había solucionado el problema que tenían pero accedió a
vernos en el psiquiátrico. Ahí le planteé la situación y le narré con detalle
lo que había sucedido. Procedimos ir a su casa pero no lo hallamos. Lo buscamos
en la universidad donde laboraba pero nadie lo había visto en varios días. Le
llamé a su celular pero no hubo respuesta. No había manera de comunicarse con
él, y ni siquiera podía dejarle un mensaje ya que había cerrado todas sus
cuentas en la internet.
Y
me asusté.
Literalmente
podía estar en cualquier lugar, en cualquier tiempo.
0.2
El Viaje.
Efectivamente
no volví a saber de Guiseppe en varios días. Me sentía invulnerable, confuso.
No podía levantar una denuncia de su desaparición porque a mí, digamos su único
amigo, sin ningún pariente, le había confesado que viajaría y por lo tanto era
lógica su ausencia y no había manera de proseguir así una investigación.
—¿Y
a dónde viajó?—me preguntarían. Y podía imaginarme la cara de ellos cuando les
respondiera:
—A
1983.
Así
que decidí esperar.
Regularmente
visitaba la internet y lo buscaba. Pero su blog se mantenía pagado. No se abría
una cuenta nueva y no se escribía un artículo reciente sobre los viajes en el
tiempo. Simplemente desapareció y no había manera de localizarlo. Obviamente en
su celular tampoco respondía.
No
sabía cuánto tiempo esperar antes de visitar su casa. Si existiera una mínima
posibilidad de éxito, aunque fuera sólo un 0.1% de éxito, entonces tendría todo
el tiempo a su favor y podía llegar a su casa en cualquier momento, por lo que
procedí a seguir esperando hasta que la espera fuera tan desesperante que me
motivara a abrir la caja fuerte y averiguar por una vez por todas qué carajos
estaba pasando.
Pasó
un mes y Guiseppe no aparecía.
—Ábrela—me
dijo Santino—. Te la dejó a ti, ¿no? Ya esperaste el tiempo suficiente, no ha
dado muestras de vida. Creo que deberías abrirla. Es más, te ordeno como médico
que lo hagas ya que he visto que tu preocupación va en aumento y comienzas a
preocuparme a mí también.
Así
que accedí a hacerlo y Santino quiso acompañarme.
Nos
presentamos en su casa, yo con cierto miedo y Santino con curiosidad más que
miedo.
Abrimos
la puerta y notamos la ausencia total. El aire se sentía seco, sin olores de
presencia humana. El polvo a los lados y el vacío como pruebas inequívocas de
que nadie había estado ahí en varios días.
Al
principio quise buscar en su sala si tenía algún artículo por ahí mal puesto,
pero Santino me hizo ver que sólo estaba perdiendo el tiempo y atrasaba el
momento que tanto me temía.
—Sabes
dónde está, no te hagas idiota—dijo y nos encaminamos a la recámara.
La
caja fuerte estaba detrás de un cuadro. Yo nunca había estado ahí, por lo que
la buscamos durante un momento antes de hallarla detrás de un cuadro. Cuando lo
hicimos a un lado notamos que la caja fuerte era moderna y para abrirla había
que oprimir números en un tablero.
—La
combinación es nuestra contraseña para la cápsula del tiempo—había dicho. Tardé
un momento en recordarla. Antes era natural para nosotros, la decíamos más de
10 veces al día. Según el juego no cualquiera podía viajar, sólo los
astronautas temporales y la única manera para entrar era con una contraseña. Si
alguien no la sabía no le permitíamos participar en nuestro juego y obviamente
no había viaje temporal. Sólo un par de chicos quiso jugar con nosotros y no
hubo manera de que les confesáramos la contraseñas por lo que sólo nosotros
viajábamos en el tiempo.
—Pero
¿cuál era?—dije. Hacía tanto tiempo que no pensaba en ello que no lo recordaba
tan fácilmente. Incluso cuando Guiseppe me lo indicó no pensé en ello, era tan
natural en nosotros que creí que con sólo presentarme ante la caja fuerte
automáticamente la recordaría, pero no fue así. Tal vez el nerviosismo o el
miedo ante lo desconocido me hizo olvidarla justo en ese momento.
Santino
me excitaba a hallarla, sugirió situaciones, frases al aire. ¿Qué tan
complicado podía ser? era un juego de niños.
—Espera,
ya recuerdo—dije—. Había un poema que mencionábamos mucho en ese entonces. ¿Cómo era?—y me quedé ahí pensando, sólo pensando—. Yesterday, upon the stair, I met a
man who wasn’t there. He wasn’t there
again today. I wish, I wish he’d go away...
»¿Cómo
se llamaba?
—Antagonismo.
—No—dije recordándolo perfectamente—:
"Antigonish"
Y
oprimí la contraseña en la caja fuerte.
Enseguida
se abrió.
Con
cierto miedo observé la cara de Santino y procedí a sacar lo que ahí hallare,
fuera lo que fuera.
Primero
encontramos algunos estados del banco. Unos documentos del trabajo, algo de
dinero y una tableta.
Lentamente
la saqué y la revisé. Era un computador portátil, así que ahí debía tener todo.
Sus archivos personales, todas sus pruebas y alguna carta explicadora.
Quise
prenderla pero noté que ya no tenía pila, así que busqué el cargador y lo hallé
ahí mismo en la caja fuerte. Quisimos conectarla a la toma corriente pero no
había luz, era claro que la había cortado por falta de pago así que tomamos la
tableta y nos encaminamos a mi casa.
Todo
el viaje me fui preocupado. Comentamos varias cosas y esperábamos que lo que
halláramos no fuera tan grave como me lo temía.
Al
arribar conecté la tableta al tomacorriente y esperé a que tuviera suficiente
carga para prenderla y comenzar a buscar algún archivo que revelara lo que
había sucedido con él.
Pensé
en entrar a sus datos personales y creí que tardaría un par de horas en hallar
algo, pero me sorprendió ver que el primer ícono en el escritorio era mi
nombre. Así que lo abrí y ahí hallé varios archivos. Los abrí uno por uno y
aunque varios de ellos explicaban los viajes en el tiempo noté que eran muy
complejos ya que partían de bases científicas, incluso con teorías matemáticas
las cuales no conocía las variables ni tenía el léxico suficiente. Continué
buscando hasta que hallé los videos.
Procedimos
a verlos pero en ellos explicaba lo mismo que había leído en su blog, eran
bases teóricas para los artículos y no aportaban nada nuevo que no conociera.
Entonces
hallamos un video que en verdad nos sorprendió.
La
fecha de creación había sido justo dos horas después que se había marchado de
casa. Y era una grabación en línea. Al parecer la tableta la había guardado
prendida en la caja fuerte y él se grabó desde lejos. Ya Guiseppe había cerrado
su casa y había dejado todo justo para que yo lo hallara. Se marcó por un
Iphone y dejó una videograbación a distancia para que así pudiera yo verla una
vez que se hubiera marchado.
—Te
llamo desde la plaza del Popolo…—mencionó la calle del accidente de su padre y
noté que estaba ahí parado con ropas de la época y procedía a repetir el
momento, o por lo menos viajar al pasado para evitar la muerte de su padre—. Ya
tengo todo listo, tengo los tres objetos que crearán la anacronía necesaria
para el salto tiempo-nudal y te grabo todo lo que ocurra en caso de que suceda.
Si no pasa nada, bueno, quedaré como un idiota pero por lo menos lo habré intentado.
Luego
se quedó callado un momento y prosiguió:
—Si
algo sale mal, no intentes viajar. Repito: no intentes viajar, por favor.
Entonces
levantó los tres objetos que tenía en la mano y los apiló en el suelo, uno
encima del otro para acomodarlos en el mismo espacio-tiempo y así abrir esa
puerta en la abertura nudal temporal.
—Ahora
sólo es cuestión de tiempo—dijo y enfocó los objetos con la cámara.
Pasaron
unos segundos y parecía que nada estaba a punto de ocurrir, incluso se escuchó
su decepción como un susurro y estuvo a nada para detener la grabación, pero
súbitamente los objetos comenzaron a temblar.
—Mira,
la grieta temporal se debilita—. Enfocó los objetos y juro que se movían. Eran
como si cada uno tomara posesión del otro objeto. Y eso afectaba todo a su
alrededor. Era como si la física fallara, las leyes de la naturaleza perdieran
fuerza e incluso la luz se distorsionara—. Se debilita, ¡se debilita! —se puso
a gritar como loco y se hinchó de emoción. Parecía un sueño pero efectivamente
los objetos hacían todo. Emanaba luz de ellos o había luz a su alrededor, no
podía distinguirlo pero efectivamente algo rearo sucedía. Y esa energía que
escapaba de ellos aumentaba hasta abordar el espacio, incluso el tiempo.
»Mi
padre murió a las 11 de la mañana—dijo y entonces entendí que la luz no
propiamente salía de los objetos, sino que era la luz del día, justo a las once
de la mañana cuando ocurrió el accidente. Los objetos debilitan esa abertura
nudal y la puerta se abría.
»Tengo
que irme—se enfocó a sí mismo. Dejó la cámara en el suelo apuntando hacia los
objetos en un plano abierto y procedió a viajar en el tiempo—. Recuerda: no lo
intentes.
Santino
y yo no podíamos creerlo, el video no parecía falso. Todo ocurría en ese
momento, justo en donde estaban las piedras había una grieta temporal, podía
verse la calle en dos tiempos diferentes. A las 11 de la mañana y en la noche
cuando Guiseppe había marcado a la tableta. Ni Santino ni yo dijimos nada, sólo
continuamos viendo la grabación sorprendido por lo que pudiera ocurrir y
deseando que él estuviera bien.
Guiseppe
tocó los objetos y su cuerpo se introdujo en la abertura. Literalmente estaba
ahí y al mismo tiempo no estaba. Era justo en la puerta, sólo tenía que
cruzarla para viajar en el tiempo, justo como él lo había dicho: tan sencillo
como caminar un solo paso. Y su rostro lleno de felicidad así lo indicaba.
Sabía que lo haría, sabía que estaba a punto de lograr su sueño y sabía que
podía evitar la muerte de su padre como tantos años lo había imaginado.
Entonces
su rostro cambió y se llenó de terror.
—Oh,
por Dios.
—¿Qué
pasa?—grité muy asustado.
—Están
aquí—dijo lleno de pánico—. Entran por los ángulos. ¡Entran por los
ángulos!—quiso escapar pero no pudo, se movió un centímetro acaso y de pronto
desapareció: viajó en el tiempo y se esfumó de nuestra época como si nunca
hubiera estado ahí.
—No
se llevó los objetos—dijo Santino.
—¿Qué?
—Mira—señaló
la tableta y me mostró la grabación. Justo en el momento en que debía cruzar la
puerta espacio-temporal se llenó de miedo y soltó los objetos. Guiseppe había
desaparecido pero los objetos quedaron ahí.
—Por
eso nunca regresó—dije sorprendido.
Santino
frunció el ceño.
—El
objeto C permitirá el regreso al tiempo inicial del viaje—dije—. Necesita el objeto
C para regresar al presente. Si no lo tiene se quedó atrapado en 1983. Y no hay
manera de que pueda regresar a casa ya que es imposible que encuentre un objeto
del 2012 en ese tiempo.
»Debemos
viajar al pasado y traerlo de vuelta—expresé con decisión como nunca la había
expresado.
—Y
si…—pensó Santino temiendo todo—. ¿Qué pudo haber entrado?
—No
lo sé. Pero debemos ir, no podemos dejarlo ahí, en el pasado. Tenemos que ir
por él, ¡tenemos que ir por él! —repetí y no me cansé de pedírselo hasta que
aceptó hacerlo y nos encaminamos a la calle.
Ya
en el auto pensé más las cosas y confieso que el miedo me carcomió. No sabíamos
nada lo que había ocurrido, no entendíamos sus advertencias y no nos
explicábamos quiénes entraban por los ángulos. Por un momento pensé en
desistir pero me quedé callado. Sólo esperaba el momento en que Santino
arribara a la calle y las fuerzas me llegaran de algún lado para bajarme del
auto.
Así
fue, ni siquiera supe cómo lo hice.
Cuando
llegaba a la Basílica de Santa María del Popolo el auto se detuvo y me bajé
enseguida para buscar los objetos. No sabían si aún estaban ahí. Había pasado
ya más del mes de su desaparición, era probable que los objetos se hubieran
perdido. Quizá alguien más se los había llevado y posiblemente era inútil, pero
tenía que probar.
Efectivamente
así fue.
Buscamos
por varias horas, el tiempo había hecho estragos. Los objetos ya no estaban. El
clima, la gente, algunos animales, el viento, la lluvia, cualquier cosa pudo
habérselos llevado. Sea lo que sea, los objetos se habían perdido y no había
manera de viajar en el tiempo.
Era
inútil. Cuando me di cuenta de eso me derrumbé lleno de miedo.
Había
perdido a mi mejor amigo.
Cualquier
vestigio de esperanza de volverlo a ver se había esfumado.
Estaba
ahí mismo, justo en ese momento quizá salvando a su padre, quizá abrazándolo
lleno de amor y ese sentimiento de alegría lo utilicé para calmarme y poder
regresar a casa para mitigar el dolor de haberlo perdido.
Santino
me dejó en mi casa y él se marchó a la suya.
Cuando
llegué a la sala me encontré la tableta aún cargada de batería, pero la apagué
sin deseos de ver nada. Por un momento quise borrar todos los archivos y dejar
el pasado detrás. Pero pensé que era el trabajo de toda una vida y sería un
insulto desaparecerlo de la faz de la tierra, así que sólo apagué la tableta y
me eché a la cama rendido por la búsqueda inútil de los objetos temporales.
Al
día siguiente me fui al trabajo y regresé a mis asuntos, revisé a mis pacientes
y traté de olvidar el tiempo. Renuncié en buscarlo y quise dejar todo atrás
para no pensar de nuevo, no sentir y no pensar hasta que el dolor desapareciera
como un suspiro en el viento.
0.3
El anciano.
Durante
un año no ocurrió nada.
Seguí
mi vida normal en el consultorio, atendí un par de enfermedades complicadas y
participé en unas operaciones quirúrgicas que llegaron a los textos de
medicina.
Mi
trabajo lo era todo y tomé fuerza de ahí diariamente hasta borrar cualquier
recuerdo de Guiseppe, incluso hasta Santino me dijo que trabajaba demasiado y
si seguía así podía caer enfermo.
Pensé
en no hacerle caso pero cuando me di cuenta ya habían pasado suficientes días
para aceptar la muerte de Guiseppe y me tranquilicé.
Conocí
a Alessandra y una vez más me emocioné por algo.
Comenzamos
a salir y todos mis compañeros notaron que mi humor había mejorado. Salíamos
para divertirnos y la pasábamos muy bien, incluso pensé en ella como la mujer
de mi vida y no pasó mucho tiempo antes de que se mudara a casa y viviéramos
juntos.
Fue
ella quien encontró el video, yo no.
—¿Y
esta tableta?—preguntó.
—¿De
dónde la tomaste?—cuestioné intrigado.
—Del
cajón. No sabía que tenías una tableta. Yo he querido comprarme una pero hasta
ahora no lo he hecho. ¿Qué tal está?
—No
lo sé. No es mía—dije y reconocí que en todo este tiempo no había reparado en
la tableta y en Guiseppe.
—¿De
quién es?
—De
un amigo—dije y traté de quitársela. Pero Alessandra se llenó de curiosidad.
—¿Por
qué la tienes?
—Me
la heredó.
—¿Heredó?
¿Murió?
—Sí,
podría decirse—dije y me alejé un poco de ella.
—¿Qué
pasa? ¿Te sientes mal?
—Estoy
bien, es sólo que…
—¿Qué?
—Nada.
Dámela, voy a guardarla—se la quité y la regresé al cajón. Pensé que con eso se
había olvidado todo ya que no tenía intenciones de volver a prenderla pero no
contaba con la curiosidad de Alessandra.
Un
día que no estaba yo en casa ella la encendió y halló el video. El último
video.
—Tienes
un mensaje—dijo mostrándome la tableta—. Tal vez ya lo viste. No lo sé.
—¿Es
un video?—pregunté y Alessandra asintió—. Sí ya lo vi. Es de la plaza del
Popolo.
—No,
es de un anciano en una casa.
—¿Qué?—me
paré sorprendido y tomé la tableta de sus manos.
Movilicé
el cursor con mi dedo a la carpeta que Guiseppe había abierto para mí, fui al
último archivo creado y en propiedades revisé los datos del mismo.
Cuando
descubrí que había sido creado una hora después del viaje temporal de Guiseppe
el miedo cayó sobre mí sepultándome.
—¿Qué
pasa?—agregó Alessandra con nerviosismo—. Me asustas.
Tuve
miedo pero abrí el archivo y comencé a ver el video. Era una videograbación a
distancia. Procedía del Iphone de Guiseppe, justo después de su viaje en el
tiempo.
—Está
vivo—dije—. ¡Está vivo! —levanté el teléfono y enseguida le marqué a Santino.
Alessandra no entendía qué pasaba. Le di un beso en la boca y le dije que todo
estaba bien. Que se lo explicaría pero que en ese momento debía salir a la
calle. Cuando Santino contestó quedamos en vernos en su consultorio y le
confesé con emoción que Guiseppe estaba vivo—. No sé cómo lo hizo, pero está
vivo—le dije—. ¡Está vivo!
Tuve
miedo de ver el video yo solo, así que lo interrumpí y esperé a que
estuviéramos juntos para verlo los dos. Hice tripas corazón y no vi nada hasta
que llegué al consultorio de Santino.
Dejó
estrictas indicaciones de que nadie lo interrumpiera y ahí dejé correr el
video.
Lo
primero que vimos fue el rostro en plano cerrado de un anciano de quizá unos 60
ó 70 años.
—Hola,
Enzo—dijo—. Te envío esta grabación antes de que intentes algo. Los vi, están
ahí. Los vi antes de terminar el viaje por lo que no pude llevarme el objeto C
y no hubo manera de regresar a casa. He vivido todo este tiempo en el pasado y
tuve que esperar 29 años antes de comunicarme.
»No
había podido verte antes, porque…—calló por un momento y luego continuó—. Me
escapé ahora que pude y vine justo al momento en que hice el viaje y tomé los
objetos y el Iphone, y sólo así cuando hubieras visto todo, podía reunirme de
nuevo contigo sin volverte loco.
—Oh,
Dios mío—Santino levantó la cabeza y se tapó la boca con miedo, con el miedo de
alguien que se ha dado cuenta que ha cometido el error más sorprendente en toda
su vida.
—Quiero
que sepas que todo está bien.
»No
pude salvar a papá. El tiempo ya está escrito, es incambiable. No se puede
viajar y cambiar nada. Pero en cambio se puede viajar y crear el tiempo,
escribir la historia y hacerla posible.
»Verás:
no evité la muerte de papá. Pero en cambio la hice posible. Yo lo maté. Yo lo
maté—y el anciano se echó a llorar. Cuando vi a Santino comprendí que no le
sorprendía, de una forma u otra él lo sabía.
—¿Qué
pasa, Santino?
En
ese momento el Guiseppe anciano asustado levantó la cabeza. Miró a hacia su
lado izquierdo, abrió los ojos como platos y regresó al Iphone.
—Debo
irme, ya están aquí. Si puedo iré a buscarte—dijo aceleradamente y comenzó a
correr. A partir de ahí el video se hizo confuso, la cámara se movió y no
pudimos distinguir nada. Hubo gritos, ruidos extraños y nada tenía sentido
hasta que el video terminó del todo y fue lo último que supimos de él.
Busqué
en la tableta pero había sido la última llamada. No había un video más
reciente. Era el último vestigio del viaje temporal de Guiseppe.
—Lo
conozco—dijo Santino lleno de espanto, tanto que me intrigó—. Todo este tiempo
ha estado aquí—y señaló el manicomio.
—¿Qué?—escupí
un grito que llenó la habitación.
Caminamos
aceleradamente por los pasillos mientras me explicaba lo que estaba pasando.
—No
sé cuánto tiempo lleva aquí—se justificó—. Cuando yo llegué ya estaba. Te lo
juro: no lo sabía. ¿Cómo podía saberlo?
»Siempre
fue un caso muy extraño. No había manera de probar nada. Se comportaba
agresivamente. Le caían depresiones muy fuertes, decía ver imágenes en el aire,
y se culpaba así mismo de asesinar a su padre cuando era muy claro que había
sido un accidente de auto. Lo interrogaron y no existía. No tenía número del
seguro social, no tenía casa, ni trabajo, nadie lo conocía, no vivía en ninguna
parte. Y hablaba incoherencias que el lugar más lógico para encerrarlo era
justamente aquí en el manicomio.
Cuando
llegamos al pabellón siete me mostró la puerta de su celda.
—
Ha vivido aquí todo este tiempo.
»El
hospital siempre fue de mi familia, mi abuelo lo fundó y mi padre lo atendía
antes que yo, y cuando entré a trabajar aquí me topé con su caso y desde
entones lo he estado viendo.
»Al
principio todo estaba bien. Pero justo hace un año, cuando me pediste que te
acompañara a ver a Guiseppe a su casa, esa mañana había escapado del
hospital—recordé lo preocupado que estaba Santino ese día por un problema en el
psiquiátrico—. Te lo juro, no sabía que estaba relacionado.
»Lo
hallamos en la madrugada siguiente y desde entonces ha estado encerrado en esta
celda sin posibilidad de ver a nadie.
»Lo
siento, no sabía que era Guiseppe.
Me
asomé por la ventana y lo vi: Guiseppe era un anciano encerrado en una celda.
Una de las mentes más brillantes en la física, el único ser que había logrado
viajar en el tiempo estaba encerrado en un manicomio como una basura humana.
—Merda—dije
y Santino se sintió apenado.
Abrió
la puerta.
No
podría explicar el conjunto de emociones que se expresaron en ese momento. Mi
rostro lucía temeroso, complaciente, sorprendido e intrigado al mismo tiempo.
El de Santino lucía atónito, avergonzado, deprimido y perturbado. Y el de
Guiseppe. ¡Oh, Dios, el de Guiseppe!
—Soy
yo—le dije y me reconoció enseguida.
—Luces
tan joven—declamó y unas lágrimas corrieron por su rostro.
Me
abalancé a él y lo abracé con cariño. Era mi amigo a quien creía muerto. Pero
vivía, maldita sea, ¡vivía!
Santino
lleno de vergüenza le pidió disculpas y le dijo que lo sabía todo. Se insultó
así mismo y le pidió perdón por no haberlo escuchado todos estos años cuando
era obvio que trataba de comunicarle algo, porque en todos estos años él lo
conocía.
Pero
no había forma de arreglarlo. Ya todo había sucedido así. Guiseppe no culpaba a
nadie más que a él mismo. Incluso entendía por qué lo tomaron por loco. Él
mismo se trastornó tanto que se creyó loco. Pero había esperado, todo este
tiempo había esperado.
—¿Qué
sucedió?—pregunté lleno de dudas—. Tu padre, ¿qué pasó?
—Yo
lo maté—dijo—. Justo en el momento en que viajé al pasado me lo topé en la
calle y fue testigo del viaje. Salté y prácticamente le caí encima, aparecí
ante sus ojos y lo asusté tanto que se hizo hacia atrás impactado. Traté de
jalarlo pero fue tarde, cayó de espaldas en el pavimento justo en el instante en
que el auto cruzó por ahí y lo arrolló.
»Si
no hubiera viajado no hubiera muerto. ¿Entiendes? Si no hubiera cruzado la
puerta entonces no hubiera cambiado el pasado. Nunca hubiera hecho nada por
viajar en el tiempo y por lo tanto nunca hubiera fallecido. Pero no fue así:
murió porque viajé al pasado. No se puede cambiar el tiempo, en vez de eso el
tiempo se crea. El tiempo vive con nosotros mismos. Crece con nosotros y somos
nosotros quienes lo creamos a todo momento.
—Merda—escupió
Santino boquiabierto.
—¿Y
los ángulos?—pregunté—. ¿Qué coños pasa en los ángulos?
—¡No!
—gritó Santino tratando de silenciarme cubriendo mi boca.
Guiseppe
abrió los ojos como platos y todo ese terror regresó como un muro cayendo sobre
su espalda. Y se trastornó.
—Mierda.
¡Mierda! ¡Mierda! —repitió Santino una y otra vez pateando la cama, el muro, la
puerta. Todo.
—¿Qué
pasa?—pregunté intrigado. Jamás lo había visto así de molesto.
—No
podemos hablar con él, no después de los ángulos.
—¿Qué
coños está pasando?—observé a Guiseppe y efectivamente su mirada lucía
distante. El terror lo había devorado y su mente se había esfumado. Parecía en
coma, estaba seco, vacío. Ya no estaba ahí, y no sabía dónde demonios se había
ido.
—Lo
he estado atendiendo todos estos años. No sabía de qué hablaba, no le entendía
nada, no lo conocía. Sólo sabía que le tenía un miedo absoluto a los ángulos,
un terror enorme que no permitía que lo mencionáramos. Si por alguna razón se
le recordaban los ángulos su mente se trastornaba y permanecía catatónico por
tiempo indefinido. Como un escape al terror que había visto fuera lo que fuera.
—¿Qué
demonios hay en los ángulos?
—No
lo sé—dijo y miró el rostro de Guiseppe. Definitivamente ya no estaba ahí y no
sabíamos por cuánto tiempo estaría alejado.
Me
fui a casa con más preguntas que respuestas.
Alessandra
me interrogó y no supe explicarle nada, era demasiado confuso para ponerlo en
palabras. No me creería de ningún modo. La tranquilicé diciendo que todo había
terminado, pero que tenía un amigo enfermo y debía ver por él. Era mi herencia.
—¿El
mismo amigo de la tableta?
—Sí.
Es mi responsabilidad—le dije y comenté que estaba en el manicomio. Debía
hacerme cargo de él por lo que esperaba su entendimiento. Me aseguró que sí e
incluso me ayudó y se mostró muy comprensiva.
Guiseppe
no mejoró en los siguientes días y en cambio el estado de Santino comenzó a
empeorar. Se sentía culpable y no dejaba de ofrecer disculpas diciendo que si
lo hubiera sabido eso no hubiera pasado nunca. Traté de acallarlo y decirle que
ya todo había ocurrido así, que el tiempo era incambiable, que no tenía caso
agobiarse pero él continuó.
Al
poco rato su energía decayó. Su rendimiento en el trabajo se tornó deficiente y
prácticamente el único paciente que atendía era Guiseppe. Lo visitaba todos los
días y había perdido interés en los demás. Se sentía culpable, extremadamente
culpable.
—No
puedes seguir así—le dije—. Fue una pedrada del diablo—agregué—. Ni tú, ni
Guiseppe, ni yo tuvimos la culpa. Pasó porque tenía que ocurrir. Reacciona y
sigue con tu vida, no puedes dejarte caer.
Pero
no reaccionó. En cambio cayó en un arrepentimiento tan grande como jamás había
visto en una persona.
Días
después me llamó al celular.
—Encontré
los objetos—dijo y su voz sonaba extraña, como si cargara un peso en la
garganta.
No
supe qué decirle, sólo colgué el teléfono y me encaminé al hospital temiendo
que hiciera una estupidez y el camino se me hizo tan largo como viajar al
inicio de los tiempos.
0.4
Los objetos.
—Explícate—le
ordené con impaciencia.
—Los
objetos los tomó él—me aclaró—. Cuando escapó del psiquiátrico fue al momento
justo del viaje temporal. No sé si intentó evitarlo o ya sabía que no podía
cambiar la historia, pero él estuvo ahí cuando él mismo viajó en el tiempo y
una vez que su yo más joven se fue, recogió los objetos y el Iphone y se
marchó.
»Usó
el Iphone para grabar la última llamada y después lo localizamos.
»Nadie
se molestó en revisarlo, la idea era atraparlo y nada más. Así que lo cogieron
y cualquier cosa que pudo haber tenido lo soltó. Así que los objetos deben
estar ahí todavía. Incluyendo el Iphone.
—¿Y
de qué nos servirán los objetos?—pregunté—. No se puede viajar y cambiar el
tiempo.
—No
lo sé. Pero pueden ayudarnos a mejorar su estado catatónico y sacarlo de ese
estupor de una vez por todas.
Y
accedí a buscar los objetos.
Rápido
fui a verlo al hospital y Santino me estaba esperando.
Yo
no estaba muy seguro sobre si hallar los objetos sería lo correcto pero Santino
insistía que la mejor forma para superar los miedo era afrontarlos y que si el
gran temor de Guiseppe era el miedo a los ángulos temporales, quizá, sólo quizá
podría salir del estado catatónico y regresar con nosotros y tener la vida
normal que se merece.
Asentí
y pensé en lo culpable que él se sentía y pensé que más que hacerlo por
Guiseppe lo hacíamos por Santino ya que la culpa lo carcomía y su salud así lo
indicaba. No comía bien, no dormía y su estado emocional se deploraba cada día
más.
—¿Dónde
lo atraparon?—pregunté para saber a dónde debía orientar el auto.
Santino
me indicó el lugar incluso con un mapa en su Ipod touch pero cuando me dijo el
lugar ya sabía hacia dónde ir.
—Es
la casa de sus padres—expliqué—, ahí vivía antes de irse a la universidad.
—No
sabía que era su casa—inquirió Santino y se derrumbó una vez más—. No tenía
idea que era él.
—Ya
no importa. Ahora sólo interesa el futuro.
Conduje
por el camino que ya perfectamente conocía y por un momento me sentí extraño ya
que hacía casi 20 años que no visitaba esa parte de Roma y los recuerdos me
agobiaron.
Infinidad
de veces había pasado por ahí cuando éramos niños y jugábamos en la capsula del
tiempo. Y la última vez que había asistido a su casa había sido en la
universidad cuando cada quien estudiaba su carrera.
Su
madre Alfonsina me trataba como su propio hijo y la familiaridad era tal que
sentí que regresaba a mi propia casa. Cuando estacioné el auto juró que sentí
que en cualquier momento la señora Alfonsina abriría la puerta y me ofrecería
un delicioso panna cotta como siempre hacía.
Pero
no fue así, la mujer había muerto hace años y la casa, aunque Guiseppe le daba
mantenimiento constantemente, se conservaba cerrada. Nunca había querido
rentarla y sólo le pagaba a un hombre para que cuidara de ella.
—En
todo este tiempo no había pensando en la casa—dije y comprendí que el hombre
aquél, después de la desaparición de Guiseppe, era muy probable que ya se
hubiera marchado por falta de pago.
Pero
no, extrañamente el hombre ahí estaba.
Cuando
toqué a la puerta de manera mecánica, pensando que nadie respondería, me
sorprendió que la puerta se abriera.
—Joven
Enzo—dijo el hombre y noté que enseguida me reconoció—. Hace tanto tiempo.
—Hola,
Albertino—extendí la mano y lo saludé. Pensé en pedirle disculpas por no
visitarlo todo ese tiempo pero me desconcentró invitándome a entrar.
Le
presenté a Santino y ambos entramos a la casa.
—He
mantenido la casa hasta que regrese el señor Guiseppe.
—¿Qué
regrese?—fruncí el ceño.
—Sí.
Dijo que se marcharía por un tiempo, quizá hasta un par de años. Me dejó pagado
y me pidió que cuidara de la casa hasta que volviera.
No
tuve valor para decirle que ya había regresado.
—La
he cuidado todo este tiempo. ¿Usted no sabe cuándo vuelve? Ya pasó un año que
se marchó.
Pensé
decirle, pero Santino me tomó del hombro y sólo comenté que no lo sabía.
—Perdón,
señor—me interrumpió Santino—. No recuerda algo raro que haya pasado un año,
justo cuando se marchó el señor.
—Sí—afirmó
y nos invitó a sentarnos en la sala. Nos ofreció un café o un té pero no
aceptamos—. Lo recuerdo muy bien, fue cuando allanaron la casa, yo me di
cuenta. Pensé en afrontarlo pero mejor hablé por teléfono a la policía y
después llegaron por él. Me dijeron que eran del manicomio, que se había
escapado, me dieron las gracias. Declaré algo a las autoridades y desde
entonces no ha pasado nada. Aseguré la casa con cerradura nueva y todo ha
estado tranquilo desde entonces.
Santino
me miró y yo lo miré a él. Hallé todavía el sentido de culpa en sus ojos.
—¿Habló
con usted, no le dijo nada?—añadió Santino.
—No,
pero…—se quedó callado.
—¿Qué,
qué pasó?—me agregué a la conversación.
—Cuando
llegaron por él el viejo me reconoció. Le vi sus ojos, era como si me conociera
de toda una vida. No sabía nada de mí, jamás lo había visto, pero estoy seguro
que me conocía. Lo juro por Cristo.
»Quise
hablar con él, pero se lo llevaron.
»Me
dijeron que lo mejor era dejarlo, debían regresarlo al psiquiátrico a donde
pertenecía y que me olvidara de él. Y lo hice, pero por un tiempo esa mirada me
atormentó. Como si quisiera decirme algo.
—¿No
dejó nada?
—¿Cómo
qué?
—¿No
recuerda si tenía algo, unas cosas en la mano que haya dejado por ahí?
—Sí,
tenía un teléfono. Cuando llegaron por él hablaba por teléfono, le cayeron
encima y lo aventó por ahí.
—¿Y
algo más?—pregunté emocionado.
—Sí—dijo
y caminó hacia un librero—dejó unas cosas. Las tiró en el suelo, muy lejos de
los hombres que lo atraparon como si no quisiera que las tomaran. Me di cuenta
perfectamente. No quise decir nada y cuando se fueron las guardé. No sé por
qué. Pensé en venderlas pero vi que no eran gran cosa. Sólo tres objetos sin
valor. Incluso viejos—se agachó y abrió uno de los cajones del librero y de ahí
tomó una caja la cual acercó a nosotros. La abrió y ahí estaban los objetos
energéticos temporales: una pluma, un reloj de bolsillo y unos anteojos. De
distintos tiempos cada uno, pensé en ellos como objetos A, B y C y me pregunté
¿cómo podríamos saber cuál era cuál?—el más valioso es el reloj, pero es
corriente por lo que en realidad no tiene gran valor. Aún así, no sé por qué lo
guardé. El Iphone está aquí también—y nos lo mostró. No tenía pila, pero no
importaba, eran los objetos los realmente valiosos.
—¿Podemos
tomarlos?—pregunté amablemente.
—Sí,
joven Enzo—dijo—. Aunque no sé para qué los quieren, no valen nada.
—Valen,
Alberto—comenté—. Valen.
Nos
despedimos de él, le aseguré que tan pronto supiera de Guiseppe le avisaría y
de ahí nos fuimos a un café a discutir qué haríamos a continuación.
En
el restaurante pedimos algo ligero. Yo unos Cappelletti y Santino unos Panzerotti
pero comimos por inercia, ni él ni yo teníamos hambre.
—¿Qué
vamos a hacer ahora?
No
sugerí nada referente, pero en el fondo deseaba viajar. Tenía miedo de hacerlo,
pero pensar en viajar al pasado, justo antes del accidente y evitar que
Guiseppe matara a su propio padre era un deseo ferviente que cada vez aumentaba
más y más. Quizá se equivocaba, quizá sí era posible cambiar la historia y así
era, tenía que intentarlo.
Pero
el miedo me detenía por lo que me quedé callado
—Tenemos
que hacer que Guiseppe afronte sus miedos, es la única manera posible que
supere el terror a los ángulos—dijo Santino.
—¿Y
si las cosas salen mal?
—No
pueden estar peor de lo que está ahora.
Pensé
que tenía razón. El estado de Guiseppe no había mejorado y su fase catatónica
era más poderosa cada día.
—Está
bien, ¿cómo lo haremos?
—Quizá
revivir el momento.
—¿Viajar?—pregunté
impactado.
—No,
no viajar. Sólo revivir el momento. Lo llevaremos a la plaza del Popolo con los
objetos. Y trataremos hacerlo sentir en ese momento para que se enfrente a los
ángulos. No viajaremos a ningún lado. No tomaremos los objetos para que no haya
posibilidad de viaje y cuando vea que no pasa nada, que no hay peligro de por
medio, entonces quizá regrese a nosotros y salga del coma, sólo así podrá vivir
de nuevo
—No
estoy seguro. Pero podríamos intentarlo—acepté—. ¿Cuándo lo haremos?
—Ahora
mismo.
Asentí.
Terminamos de comer, pagamos la cuenta y nos preparamos para el futuro.
No
soy hombre religioso pero juro que pensé una plegaria.
0.5
El experimento.
Cuando
llegamos a la plaza del Popolo, la Basílica de Santa María del Popolo se
mostraba imponente frente a nosotros. Justo en ese lugar el padre de Guiseppe
había sufrido el percance. Ahí se hizo la misa y ahí le llevaban flores cada
año. El señor Augusto era ferviente amante del arte además de la religión, y
gustaba de ver las obras de Caravaggio y Bernini en las paredes y techos del
templo; por lo que iba muy seguido a la iglesia ya que era su lugar favorito en
toda Roma.
Guiseppe
se mantenía callado con esa mirada seca que atormentaba a Santino a cada
momento. Yo tenía miedo de lo que pudiera pasar así que giré la cabeza, observé
la fachada de la iglesia y recé una plegaria a Santa María suplicándole que
todo saliera bien.
Nos
acercamos a la calle, Santino traía los objetos y yo ayudaba a Guiseppe a
caminar, más bien lo guiaba para que me siguiera en mis movimientos.
El
día de su accidente, el señor Augusto recién se había bajado de un taxi, en la
via Gabriele D'Annunzio cuando de momento algo lo sorprendió
mientras se encaminaba a la Basílica, se hizo para atrás, cayó de espaldas y su
cabeza fue arrollada por un auto que no pudo evadirlo y lo mató; por lo que
fuimos justo al lugar del accidente y ahí nos plantamos haciéndole ver a
Guiseppe que todo estaba bien. No había nadie en ese momento. No había saltos
temporales, no había ángulos que temer.
Nos
paramos en la zona del accidente y mientras sacaba los objetos de mi chaqueta
noté que algo en los ojos de Guiseppe comenzaron a cambiar. Quizá se estaba
percatando de todo, quizá no, ya que aún se mantenía rígido y podía ser sólo un
reflejo de la luz en sus ojos lo que daba idea de conciencia. Quise hablar con
él pero justo en ese momento recibí una llamada telefónica de Alessandra. Al
principio no le hice caso, pero el sonido era tan molesto y la desconcentración
tan fuerte que interrumpí la acción, dejé a Guiseppe un minuto y respondí el
Iphone para hablar con ella.
Siempre
me han molestado las llamadas inoportunas y en ese momento la llamada de
Alessandra no podía ser más inoportuna, casi ni la escuché. Mencionó algo de
que saldría de viaje con su amiga Filomena y regresaría hasta la tarde del día
siguiente. Le dije que no importaba, que no había problema y prácticamente le
colgué para seguir el proceso. Ni siquiera me fijé al oprimir los botones del
Iphone, sólo terminé la llamada y regresé al experimento. Entre detener a
Guiseppe que parecía reaccionar y sacar los objetos de la chaqueta, me colgué
el Iphone al cuello y continuamos con nuestro asunto.
Saqué
los objetos de la americana y precedí a colocarlos en el suelo.
—¿Dónde
murió?—preguntó Santino.
—Justo
ahí—señalé el piso recordando todas las veces que había acompañado a Guiseppe y
a la señora Alfonsina a colocar una flor en el suelo en honor al fallecido.
—Ponlos
ahí mismo—indicó Santino.
Entonces
recordando la grabación de la videollamada coloqué los objetos en el mismo
orden como Guiseppe lo había hecho hacía un año y debió haber funcionado porque
la mirada de Guiseppe comenzó a cambiar. Frunció el ceño e intentó reconocer
todo, pero aún así se mantenía rígido.
—Bien,
suéltalos—expuso Santino—. Pase lo que pase no los toques.
Dejé
los objetos e incluso nos alejamos un poco. Lo importante era que Guiseppe
viera que no pasaba nada, y efectivamente los objetos no hacían nada. No había
ese rayo de luz que habíamos visto en el video, ni parecían moverse, ni comenzó
a transparentarse el tiempo. En realidad con los objetos no estaba pasando
nada, pero en cambio Guiseppe…
Guiseppe
no reaccionaba, quizá me había equivocado, y esa expresión de su mirada sólo
era una ilusión y nada más. Me sentí decepcionado y comencé a agitarlo.
—¿Ves,
Guiseppe?—le dije—. No pasa nada, no hay viaje en el tiempo, no hay ángulos, no
hay entrada de ningún tipo. No hay nada que temer. ¡Regresa!—grité.
Pero
Guiseppe sólo veía los objetos en el suelo, fruncía el ceño, pero fuera de eso
no hacía nada más. Sólo veía los malditos objetos en el suelo como si sólo eso
existiera en este mundo.
La
decepción y el dolor de perderlo se cruzaron en emociones de ira, así que
enfurecido lo agité con más fuerza y comencé a gritarle.
—¡Reacciona,
Guiseppe! —no respondía y enfurecido le grité aún más—¡Reacciona, maldita sea!
—Espera—me
detuvo Santino de golpe y respondí de inmediato. Ambos observamos la mirada de
Guiseppe y ya no sólo fruncía el ceño, estaba recordando, efectivamente estaba recordando.
—Vamos—susurré
y deseé que volviera con nosotros, pero no lo hacía. Sólo estaba ahí mirando
todo y nada. No regresaba, su mente se había ido y quizá jamás volvería.
Esperamos
un momento pero era inútil así que dimos por fallido el experimento y
decepcionados decidimos regresar a casa, así que me agaché para recoger los
objetos y cuando los tomé escuché el grito desesperado de Guiseppe que reventó
mis oídos.
—¡No!
—y se abalanzó sobre mí aventándome al suelo. Guiseppe cayó sobre mi costado
derecho y del impacto solté los objetos que rodaron por el suelo—. ¡No lo
hagas! —agregó Guiseppe y descubrí que finalmente había regresado.
—¡Guiseppe!—dije
lleno de emoción y alegría cuando vi en su mirada que me reconocía y me
observaba con familiaridad—. ¡Eres tú, Guiseppe! ¡Volviste!
—No
tomes los objetos, nunca más.
—No
lo haré—le respondí y le di un abrazo tan fuerte como sólo se les da a los
mejores amigos. Él a su vez me regresó el apretón como si no nos hubiéramos
visto en treinta años y afectivamente así había sido: treinta años.
Cuando
nos levantamos noté que Santino nos observaba emocionado, contento pero un poco
serio. Quizá la culpa no se le iba del todo, quizá era cuestión de segundos.
Nos
ayudó a incorporarnos y le pidió perdón.
—Todo
está bien—dijo Guiseppe dándole una presión de manos—. No hay más que se pueda
hacer—y procedimos a regresar a casa.
Santino
quiso recoger los objetos del suelo, pero Guiseppe dijo que lo mejor era
deshacerse de ellos, así que los pateó en el suelo y justo en ese momento un
auto pasó cerca y arrolló el reloj de bolsillo destruyendo la posibilidad de
viajar al momento del accidente para siempre.
—Ya
no vas a regresar al hospital—indicó Santino—. Extenderé la orden y serás dado
de alta—. Ya todo está bien, sólo quisiera que me visitaras ocasionalmente para
atender tu caso y convencernos de que todo está bien.
Guiseppe
asintió y aceptó tener terapias con Santino para asegurarse de que no hubiera
decaídas nuevamente.
Le
ofrecí a Guiseppe una estancia en casa pero quiso volver a su vivienda. Había
estado tan lejos de su hogar que deseaba dormir en su cama como si todo hubiera
sido un mal sueño. Despertarse y continuar su vida normal, y nada más.
—¿Seguirás
con tu carrera en la física?—me atreví a preguntarle.
Sólo
negó con la cabeza.
—No
sé qué haré, pero no regresaré a ello. Ya mañana veremos.
Le
respondí con una sonrisa y le hice saber qué nunca más estaría solo, que
decidiere lo que fuera, yo lo apoyaría en todo.
Nos
fuimos a celebrar, pasamos a un restaurante sencillo pero con platillos
deliciosos, conversamos y reímos como pocas veces.
A
Guiseppe lo llevamos a su casa y cuando vio lo vacía que se hallaba, sin luz y
sin haber sido limpiada temí dejarlo solo y le ofrecí un lugar en mi casa ya
que Alessandra no llegaría hasta el día siguiente pero no aceptó. Dijo que era
algo que tenía que hacer. Así que se quedó a dormir en su casa con una
satisfacción de felicidad que pocas veces había visto en alguien.
Después
de eso Santino y yo nos marchamos.
—¿Qué
tienes?—le pregunté—. Te veo algo preocupado. ¿Es porque pasará la noche solo?
Sí, a mí también me inquita un poco, pero es sólo una noche. Mañana se pagará
la luz, limpiará y todo regresará a la normalidad.
Pero
cuando no respondía vi que no era eso lo que le molestaba.
—¿Qué
pasa?—insistí.
—Viajaron—añadió
briosamente.
Fruncí
el ceño.
—¿Qué
dices?
—En
el momento en que Guiseppe saltó sobre ti, por un segundo tocaste los tres
objetos, y los dos se movieron en el aire. Cayeron al suelo y soltaste los
objetos.
—Sí,
así fue. Pero estamos aquí, no viajamos.
—No,
no me entiendes—aclaró—. Por un instante viajaron.
—¿De
qué hablas?
—Tocaste
los objetos, Guiseppe te tocó y ambos se movieron siempre en contacto con los
objetos, por un segundo. Menos de un segundo quizá. Pero yo vi todo. Juro por
Dios que por un instante ambos desaparecieron.
»Viajaron
y el objeto C los trajo a casa.
—No
sé qué decir, no vimos que los objetos se movieran, ni la luz, ni la
unificación temporal, nada. Y definitivamente no vi la Roma de 1983.
—Estuviste
ahí, te lo digo.
Me
quedé callado, pensando por un momento.
—Bueno—añadí
un poco más relajado—. Quizá, pero estamos de vuelta. Guiseppe salió del coma,
regresa a una vida normal, no nos quedamos en el pasado. Todo salió bien
después de todo.
»No
hay de qué preocuparse.
—Sí,
tienes razón—agregó y subió los hombros—. Todo salió bien—comentó ya más
relajado y se bajó del auto. Regresó a casa con su esposa y yo me marché a mi
hogar.
En
el camino pensé un poco sobre ello, pero no le di mucha importancia.
Cuando
llegué a casa ya me encontraba más relajado. Fui al bar y me serví una copa.
Estaba feliz, tenía una sensación extraña de cuando se termina una aventura que
ha durado años y finalmente ya todo pasó a una vida mejor.
Brindé
en honor del tiempo y en el fondo le agradecí a Santa María del Popolo que nos
ayudara, luego fui a la cama y me eché en ella rendido y muy satisfecho con los
resultados.
Vi
el reloj de mi buró y vomité una sonrisa, pensé que habíamos vencido al tiempo
y me dormí.
0.6
Los ángulos.
Alessandra
llegó media hora más tarde.
Me
despertaron la sensación de su presencia y abrí los ojos algo confuso. Miré
hacia la puerta y su figura cruzó el pasillo hacia la sala.
—¿Alessandra,
ya tan pronto?—pregunté tallándome los ojos—. Creí que llegarías hasta mañana.
Me
levanté de la cama, supuse que estaría cansada y quise ayudarla a bajar las
maletas. Pero primero quise ir al baño a desalojar. Cuando crucé el pasillo
ella estaba parada en la sala, no vi bien pero creo que revisaba su bolso o
algo parecido.
—Ahora
te ayudo—aclaré y entré al baño. Oriné un poco, me lavé las manos y me tallé la
cara. Vi por el espejo que Alessandra cruzó por detrás de la puerta y entró al
cuarto. No decía nada lo que me hizo pensar que se había molestado con
Filomena. No se me ocurría por qué se habían molestado—. ¿Pasó algo con
Filomena?—le dije al entrar al cuarto, pero para mi sorpresa ella no estaba.
Regresé
al pasillo y me asomé a la sala.
—¿Alessandra?
¿Pasa algo?
Pero
ella no estaba en la sala. Intrigado caminé por el pasillo, crucé la pieza y
pasé a la cocina. Ahí no había nadie. Fruncí el ceño y supuse que había salido
al auto a quizá recoger algo, así que abrí la puerta, la llamé y me asomé a la
calle. Pero Alessandra no estaba ahí, sólo se veía la oscuridad al fondo, el
silencio y nada más.
—Vaya—pensé.
Cerré la puerta y regresé a casa.
En
eso sonó el teléfono.
Intrigado
levanté al auricular, justo en ese momento Alessandra cruzó la habitación hacia
el cuarto.
—Ah,
ahí estás—dije cuando la vi pasar—. Ahora voy—comenté y hablé por el teléfono—.
Pronto—respondí.
—Pronto,
Enzo—añadió Alessandra—. ¿Qué pasa con tu Iphone? Intenté hablarte pero lo
tienes apagado.
—¿Alessandra?
Y
giré la cabeza hacia a un lado, una figura humana cruzó del pasillo hacia la
sala.
En
ese momento se me agitó el corazón.
—Hablé
nada más para saludarte y contarte…—pero yo no la escuché. La figura humana
estaba parada frente a mí. La oscuridad era casi total, por la ventana entraba
una luz tenue de la iridiscencia lunar que no permitía verle el rostro. Era una
figura negra, de unos dos metros, complexión delgada, cabello largo, y una
oscuridad total que lo rodeaba y no permitía observarle el rostro por ningún
lado.
—¿Quién
eres?—pregunté tirando el teléfono al piso. Pero la figura no respondió nada.
Absolutamente nada, sólo se quedó ahí parado, mirándome—. Si quieres dinero,
tómalo y vete de aquí—. Pero la figura, sea quien sea no hacía ni decía nada,
lo que me impacientaba todavía más.
Comencé
a moverme lentamente hacia a un lado sin dejar de verlo. Estudiaba sus
movimientos pero no hacía ninguno, en cambio yo me alejaba de él y podía
acercarme hacia la puerta para tomar de ahí un objeto, un adorno, lo que fuera
que me sirviera de arma.
La
figura no se movía, sólo me veía fijamente y parecía no importarle lo que yo
hiciera. Cuando sentí eso me movilicé más rápido y entonces tomé una pequeña
escultura de bronce de un mueble cerca de la puerta y me abalancé rápidamente
hacia la silueta.
Empero
el movimiento fue tan brusco o torpe de mi parte que la figura no sólo evadió
mi golpe sino que logró escapar, movilizarse y huir de ahí tan rápido que ni
siquiera pude notar hacia dónde se había fugado.
Enseguida
prendí las luces y entonces noté que estaba completamente solo.
Fui
a las habitaciones, prendí todas las luces y descubrí que no había nadie. No
podía creerlo, no podía ser tan rápido. Estaba frente a mí y en un instante se
había ido. Y no se hallaba en ningún lugar de la casa.
Cuando
me hube convencido de que se había marchado fui al teléfono. Alessandra ya
había colgado. Preocupado marqué a la policía y reporté un allanamiento de
morada. Quedaron en llegar lo más rápido posible y aunque me dijeron que los
esperara fuera por si todavía estaba en el interior de la vivienda, mi primer
impulso fue hablarle a Alessandra. Pero ella no contestó en su móvil, yo no
sabía el teléfono de Filomena y fui a recoger mi Iphone para marcarle desde
ahí, lo tomé y me salí a la calle obedeciendo a la policía.
Ahí
afuera levanté el Iphone, lo encontré apagado y lo prendí para irme a
contactos.
Entonces
noté que tenía un video nuevo.
No
recordaba haber grabado nada, de hecho no había utilizado esa aplicación desde
que Alessandra se la había puesto. Y la última persona con quien había hablado
era con ella, pero ¿grabar un video?
Ahí
recordé que me había telefoneado justo en el experimento, no le escuché bien,
la corté velozmente y colgué, quizá sin darme cuenta había grabado algo.
Lo
revisé y efectivamente no había colgado el teléfono, más bien había
videograbado toda la acción que había tenido justo en el experimento. Así que
corrí el video y pude ver que me colgué el Iphone en el cuello, y ahí tenía
visión completa de lo ocurrido.
Guiseppe
estaba frente a mí, Santino por otro lado preguntándome dónde había muerto el
señor Augusto.
—Justo
ahí—señalé el piso. Y coloqué los objetos en el suelo después que Santino me
hubiera indicado que lo hiciera.
—Bien,
suéltalos. Pase lo que pase no los toques.
Dejé
los objetos y Guiseppe no reaccionaba.
—¿Ves,
Guiseppe?—me escuché decirle—. No pasa nada, no hay viaje en el tiempo, no hay
ángulos, no hay entrada de ningún tipo. No hay nada que temer. ¡Regresa!—grité.
Pero
Guiseppe sólo veía los objetos en el suelo, no pasó mucho tiempo. Quizá un
minuto cuando comencé a gritarle. Vi en el video como lo agité y le berreaba
—¡Reacciona,
Guiseppe!¡Reacciona, maldita sea!
En
eso Santino entró al cuadro y me detuvo de golpe. La cosa se calmó y pasó un
rato sin que sucediera nada.
El
plano del video se veía cortado pero lograba notar lo que ocurría.
Durante
un par de minutos no sucedió nada y escuché mi propia decepción en el audio,
fue en el momento en que dimos por fallido el experimento y me agaché para
recoger los objetos tomándolos un segundo. Escuché el grito desesperado de
Guiseppe y justo en ese momento me llené de miedo. No de miedo a morir o un
crimen violento. No miedo a perder mi casa o un accidente de auto. Un miedo tan
extraño como diferente, un miedo inclasificable que nunca había sentido. Un
miedo desastroso que no puedo explicar ni hacerle ver a nadie.
Un
miedo a lo desconocido justo cuando se hace palpable.
Santino
tenía razón.
Quizá
fue un instante, menos de segundo, pero viajamos. Por todos los demonios del
averno, Guiseppe y yo viajamos al pasado.
La
grabación del Iphone no duró un segundo, en cambio el video indicaba 10
minutos.
No
fue sólo un salto a 1983, sino a un lazo nudal entre el 2012 y 1983.
—El
tiempo recorre una línea que se atraviesa en sí misma como un nudo entre nudos,
como un garabato—me había explicado Guiseppe hacía un año—, tocándose a todo
momento. Pasando por todo, rodeando todo. Justo en este momento puede estar
pasando un dinosaurio encima de nosotros. O si tomo esta pluma al mismo tiempo
puedo estar levantando una taza de café, en el mismo tiempo, en el mismo lugar
pero en otro momento del flujo temporal.
Guiseppe
tenía razón. La línea temporal era un nudo que se recorría una y otra vez sobre
sí mismo tocándose en distintos flujos temporales, distintos años, días y
minutos. Podían ser las 4 a.m. del 14 de abril del 1999, o las 8 p.m. del 30 de
febrero del 2023, o las 12 a.m. del 10,000 antes de Cristo, o miles y miles de
momentos más. Incluso de tiempos desconocidos, de años antiguos, de
civilizaciones antes desde el inicio de los tiempos. De los primigenios.
Y
estaban ahí.
¡Están
ahí!
A
cada momento, todo el tiempo.
La
cámara del Iphone logró captarlos, el video es prueba fehaciente de ello.
Los
objetos a primera vista no se habían movido, y no se había creado esa energía
espacio-temporal porque es invisible; pero la energía es lo suficientemente
fuerte para que sea captada eléctricamente. No lo notamos porque habíamos sido
testigos del viaje por la grabación en video. Las ondas energéticas temporales
son invisibles a la vista humana, pero no para el video. Así que ahí estaban,
los objetos se movía una vez que estaba alienados en el orden necesario para el
salto tiempo-nudal. El cambio de luz, la transparencia del tiempo estaba ahí,
siempre lo estuvo. Y justo cuando toqué los objetos…
¡Oh,
Dios!
El
espacio se abrió. Todo cambió y la cámara fue testigo a cada momento.
En
los diez minutos que grabó el video se puede observar no sólo el cambio visual
de la plaza del Popolo de 1983 al 2012, sino de distintos tiempos desde el
inicio de la creación, todos los años o momentos que son tocados en el nudo
temporal y se atraviesan unos sobre otros, rodeándose y creándose a cada
instante.
Sólo
Guiseppe y yo no cambiábamos. Todo lo demás se movía a nuestro alrededor, pero
él y yo nos manteníamos estáticos. El color del cielo, el estado de los
edificios, la naturaleza, la decena de gente que transitaba por ahí, y la
ausencia del todo cuando apenas se hubiera creado la tierra, todo estaba ahí y
podía admirarlo como en cámara lenta, a todos y a ninguno.
Fue
ahí cuando entendí finalmente a Guiseppe.
Y
fue ahí cuando observé los ángulos.
¡Oh,
Dios, los ángulos!
No
me desconcentró el ruido de la patrulla, ni la voz del policía cuando me
preguntó si todo estaba bien.
No,
no fue eso. Fue algo más.
No
alcancé a decirle nada. Sólo asentí con la cabeza.
—Reportaron
un allanamiento de morada—dijo el hombre.
Asentí
una vez más, y señalé mi casa. El hombre me dejó con su compañero, sacó su arma
y entró a mi domicilio para revisar si todo estaba bien.
Después
de un rato salió y dijo que la casa estaba segura, que no había nadie y que no existía
peligro.
—No
parece que les haya dado tiempo de robar algo—dijeron—. Ya huyeron y no creo
que vuelvan pero estaremos vigilando por si regresan. Si falta algo de valor es
cuestión de que lo reporte.
Me
tranquilizaron y ellos lucían relajados.
No
lograban entenderlo.
Cuando
el policía llegó yo señalé a la puerta, y creyó que le había señalado mi casa y
por eso entró. Pero no. No señalé mi casa.
Ninguno
de los dos hombres podía verlo, quizá jamás lo verían y sólo y Guiseppe y yo
podríamos saberlo. Porque sólo nosotros habíamos viajado y sólo nosotros lo
habíamos visto.
El
policía cruzó la puerta como si nada, y es que para él efectivamente no había
nada.
Pero
estaba todo, la nada absolutamente y ellos.
Los
primigenios que habían entrado por los ángulos.
Esos
seres largos y delgados, de figura humanoide, de rostros inexpresivos, sin
facciones y completamente negros; que estaban ahí parados, sin hacer nada, sólo
mirando, sólo esperando justo enfrente de mí, en la puerta, a mis espaldas, y a
mi alrededor.
Vigilando
a todo momento, porque verán, Guiseppe y yo cometimos un error.
Saltamos
en el tiempo y rompimos las reglas del universo. Vimos lo que está ahí y está
vedado a los ojos humanos. Lo que nadie en el universo debió haber visto. Y
seremos castigados por ello.
No
sé cuándo. Quizá hoy, tal vez mañana. Los primigenios decidirán cuándo, me
vigilan a cada momento. No se separan de mí y viven conmigo.
Esperan,
sólo esperan el veredicto, una orden proveniente de ningún lado que les dirá lo
que sucederá conmigo.
Guiseppe
ya ha sido castigado, ya lo han decidido. La policía dijo que fue suicidio,
otros que fue un infarto, no se ponen de acuerdo. Ni siquiera Santino le halló
una respuesta a su muerte. Sólo le cayó la culpa sobre sus hombros una vez más
y se derrumbó sintiéndose agobiado.
Y
yo.
Yo
no puedo escuchar a Alessandra cuando me llama por mi nombre, ni puedo ver a
los médicos de bata blanca cuando me alimentan, ni siquiera noto los gritos de
los demás pacientes en el hospital.
Yo
sólo veo a esas figuras negras de estaturas altas y delgadas, sin facciones en
el rostro, que no me abandonan en ningún momento, que no me dejan hacer nada y
no me quitan la mirada.
Y
que sólo esperan la orden de saltarme encima y castigarme por romper las reglas
del universo y de toda la creación infinita.
Sólo
esperan y tienen todo el tiempo del mundo para hacerlo.
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